15 febrero 2006

La precariedad laboral española dobla la media europea

Hasta que punto el liberalismo económico condiciona los comportamientos políticos y socio-económicos en nuestro país, que con un gobierno socialista, tengamos que pechar con la vergüenza de doblar a la media europea en precariedad laboral, medida, que da la proporción entre contratos fijos y temporales. Cierto que los mayores índices de contratos temporales, se dan en la contratación de mujeres, primer empleo de los jóvenes y en inmigrantes.
España partía con considerable retraso respecto de la Europa de los quince, con referencia a los tres puntos aludidos en el párrafo anterior: las mujeres, fuera de las labores agrarias, difíciles de cuantificar, no han formado parte del registro laboral hasta fechas muy recientes; por lo que atañe al primer empleo de los jóvenes, un dato que se acaba de publicar indica, que la nómina actual de los universitarios españoles, supera en número a los efectivos que se dedican hoy a las labores agrícolas, que en tiempos no lejanos copaban el 80% de la ocupación de la mano de obra de nuestro país; en cuanto a los emigrantes, data de unos cuatro años su llegada masiva a nuestro país y es por ello, que se acogen a la primera oportunidad que surge, sin poder andarse con exigencias de seguridad laboral.
Recurriendo a todos los atenuantes que se quieran, la precariedad laboral, debe ser muy dura de asumir por los afectados, si bien con la asimilación tras varias décadas, de vigencia de dicho fenómeno, no debe ser lo traumático que hubiera sido para generaciones anteriores, en las que aspirábamos como meta anhelada a tener el mismo trabajo de por vida. Considerados de forma objetiva los inconvenientes que supone acometer una nueva vida para las parejas, que para hacerse con una vivienda en propiedad, (que es norma en nuestro país), por los estímulos fiscales y los bajos tipos de interés de las hipotecas, muchos jóvenes se ven obligados a contraer deudas de por vida, que en el supuesto que la economía de los países tuviera las fluctuaciones de otras épocas, sería angustioso el pensar que todo lo invertido previamente en hipotecas fuera a para a los bancos, si el mercado de trabajo registrara las crisis cíclicas de otras épocas.
Es cierto que el colchón de protección que proporciona la U.E. en orden a la estabilidad monetaria, supone una considerable garantía para el empleo y los países se procuran por si mismos, afianzar sus potencialidades específicas, invirtiendo en las infraestructuras que les blinden para mantener el futuro a cubierto de eventualidades adversas.
Nuestro país, que con la práctica de decenios de atención a los turistas que nos visitan de forma creciente, en función de la puesta a disposición de las nuevas instalaciones que se van creando para dar acomodo al aumento de visitantes y a otro contingente de jubilados del norte de Europa que nos eligen como última residencia, por condiciones eminentemente climáticas, así como con el buen trato que se les dispensa, ambos contingentes, aseguran la continuidad de nuestra primera empresa económica nacional.
Las riberas marítimas españolas, constituyen el mayor activo a cuidar y potenciar, por sus condiciones intrínsecas que les proporcionan espontáneamente el clima y el paisaje, atractivos que deben ser potenciados, incrementados, embellecidos y mimados por la acción humana, que contando con la parafernalia de medios que proporciona la modernidad, contribuyan a exhibir las virtualidades del genio artístico español, acreditado por nuestros museos y monumentos, poniéndolo en lo más alto del listón, con ocasión de transformar la extensa franja litoral, así como el resto de la piel de toro, que la naturaleza a dotado a nuestro privilegiado país, en el escaparate más sugestivo del planeta, para que se establezca un pugilato competitivo como el que marcan los cánones deportivos para que las distintas comunidades autónomas, tomen bajo su responsabilidad exclusiva el cuidado de los patrimonios respectivos: paisajísticos, artísticos, arqueológicos, históricos, costumbristas, monumentales, etc.., del que es tan pródiga nuestra península, fruto de tantos pueblos que se establecieron en nuestro suelo, dejando la impronta de sus respectivas culturas. Sin presumir de falsas alharacas, la España actual tiene mucho que ofrecer al mundo, a pesar del derrotismo suicida con el que intenta mostrarla, por egoísmos puramente partidistas, el actual partido de la oposición.
Tampoco hay que hacerse ilusiones de que todo es de color de rosa en el mundo actual; en el plano laboral, la mundialización, entraña riesgos evidentes de competitividad económica, que pueden conllevar deslocalizaciones dolorosas, con el desarraigo del terruño que en primera instancia suponen las ausencias que provocan morriña, si bien la facilidad de los transportes las minimizarán en gran medida. Es previsible que los superpoblados países asiáticos, que por sus parcos hábitos de vida, sean muy competitivos en las producciones que requieren abundante mano de obra barata, absorbiendo gran parte de las actividades que tengan esta característica.
Por su parte, los países desarrollados que más licenciados hayan formado e invertido en centros y laboratorios de I+D , previsiblemente dedicarán los conocimientos de sus naturales en asesorar, dirigir, informar, etc., en ayudar a los habitantes de los países atrasados, a erigir las estructuras básicas requeridas para que dichos países puedan acceder a la modernidad.
La transferencia desde los trabajos que requieran: realizar esfuerzo físico, que entrañen riesgos de accidente, que supongan monotonía al realizar acciones mecánicas repetitivas, que no aporten la menor realización personal a sus ejecutantes, etc, serán transferidas a mecanismos
o robots, cuya concepción, será confiada a los más talentosos creadores de ingenios útiles, que liberen a los humanos de actividades que no les dignifiquen. Por supuesto, que tales artilugios suprimirán puestos de trabajo y su puesta en práctica es objetada por los sindicatos, actitud que nunca nos ha parecido coherente con los intereses de los trabajadores; creemos, que el interés general, estaría en la reducción de la jornada laboral, encomendando a las máquinas el cometido de realizar los trabajos no deseados por las personas.
La utopía apuntada en el párrafo anterior, no se compagina con la actual organización del trabajo, pero en teoría sobre el papel parece satisfactoria. A la vista de la transformación operada en los trabajos agrícolas, que en el transcurso de medio siglo, se ha pasado de la economía de subsistencia, a que un solo trabajador provisto: de los aperos de labranza requeridos para ejecutar su función, los abonos, los funguicidas, herbicidas, sistemas de riego, etc., fácilmente puede producir cosechas, para las que antes de la revolución agraria, hubieran sido necesarias decenas de personas para obtener el mismo resultado.
Si el actual sistema económico, no permite liberar de la angustia que produce la precariedad en el trabajo, admitiendo que la dinámica de cambios que comporta la vorágine actual, imponga alternar de actividad en el transcurso de la vida laboral de las personas, será imperativo que con ayuda de los ordenadores, (con su infinita capacidad de cómputo), permitan poner a disposición de los interesados, las ofertas y demandas de empleo, para que en función del curriculum laboral de los solicitantes, éstos, puedan ser recolocados en las actividades de su conveniencia, en un tiempo prudencial.