30 septiembre 2009

Universalización económica

La declaración de principios salida de la reunión del G-20 en Pittsburgh, del 25-9-2009, contiene conceptos novedosos que nunca fueron esbozados en las precedentes del G-8, en las que solo participaban los países ricos, como si el mundo fuera un ente unilateral en el que solo tuvieran cabida los países investidos de los privilegios que confiere el dinero. Un elemental principio de equidad ha sido aplicado, lo que avala la iniciación de una mayor racionalización universalista en este primer siglo de las luces, el XXI.

El aforismo que recomienda “a grandes males...” tras la crisis, se ha transferido al organismo multinacional G-20 que reúne el 85% del PIB mundial, y le encomienda, por primera vez en la historia, la función de consensuar principios multilaterales en sustitución del unilateralismo auspiciado por la filosofía neocon, que en los últimos tiempos tenía sumida a la humanidad en el sinsentido de la polarización y el enfrentamiento derivados de intereses económicos contrapuestos. Tomando al pie de la letra la amplia exposición de principios que contiene el articulado de las 50 conclusiones de la reunión de Pittsburgh, el G-20 se encauza por derroteros de mayor sentido común, congratulándose de las medidas adoptadas en la primera reunión de Londres, que salvaron al mundo del desastre económico, la ruina y el desempleo, que ha sido la peor de sus secuelas. Si analizamos las resoluciones tomadas en aquella reunión por el G-20 constatamos que evitaron, gracias a la aportación masiva de dinero público, contrapesar el dispendio producido por la codicia de financieros insaciables e irresponsables, y así sortear en parte la amenaza de una gran depresión.

Se desprende de las decisiones tomadas en la última reunión del G-20, que se están despejando los peores nubarrones gracias a las acciones emprendidas en el encuentro anterior, que permitirá retomar la senda del crecimiento económico, con la puesta en práctica de medidas del mayor estímulo fiscal y monetario coordinado mediante la regulación de los primeros pasos para la supervisión financiera, que permitan evitar a futuro las cíclicas desestabilizaciones económicas, propias del sistema.

El proceso de recuperación dista de ser satisfactorio: el desempleo, el mayor ‘leviatán’ social al que están sometidos los pobres, no puede ser eliminado por el sistema económico. No obstante, éste no tiene capacidad para proporcionar el bienestar físico y anímico a las personas, que les daría estar a cubierto de las vicisitudes a que somete el liberalismo económico. Sí que lo conseguirían mediante el amparo protector del Estado, como agente supremo en puridad democrática, al proporcionar bienestar a sus administrados, por la elemental razón estructural de estar en posesión de las atribuciones institucionales que definen al Gobierno como depositario supremo de la responsabilidad del bien común. El liberalismo económico concede al dios mercado atributos tales, como son la capacidad de regularlo todo, de marcar las normas por la se rigen los ciudadanos y los países, que al final nos llevan a situaciones tan catastróficas como la crisis que este mundo sufre ahora.

No faltan las promesas que auguran un crecimiento fuerte, sostenido y equilibrado en el siglo XXI, para superar las consecuencias de la grave crisis en la estamos inmersos, prometiendo ayudas para los más pobres Todo ello se hace sin renunciar a las deficiencias estructurales que han auspiciado los periódicos ciclos de auge y caída de los mercados irresponsables, mediante las arbitrariedades aplicadas por los más fuertes.

Debemos aceptar que la simple mención del multirateralismo representa un avance sobre “el pensamiento único” en materia económica. La crisis actual ha demostrado que los gobiernos que tienen bajo su jurisdicción las finanzas, hayan superado la recesión dominante, con crecimientos de dos dígitos, aspecto representativo de lo apuntado más arriba sobre la función de los gobiernos.

Después de largos años de negociaciones infructuosas, en la última reunión del G-20 figura la promesa de que en el 2010 se alcanzará un acuerdo sobre la Ronda Doha, para que la OMC (Organización Mundial del Comercio) pueda tener virtualidad planetaria. Así se situaría al comercio dentro de sus parámetros tradicionales, en los que el mejor producto con mejor precio respecto de sus competidores pueda ser preferido por los clientes, sin que medien factores distorsionantes como son: primas, aranceles, aduanas, subvenciones, patentes, publicidad, etc., todos ellos impuestos por los poderosos. La institucionalización de la OMC, que acoja al comercio en términos democráticos a nivel planetario, sería un avance trascendental para el planeta.

La arquitectura mundial por fin estará radicada en el G-20, en sustitución del G-8, si bien se mantiene la intermediación del FMI y el BM, cuyas actuaciones desarrolladas hasta la fecha han beneficiado más a los mandatarios corruptos del tercer mundo que a sus respectivos pueblos. Sobre sus decisiones se ha constatado que parte de los préstamos concedidos por los citados organismos no redundaban en beneficio de los más necesitados de los países a los que iban destinados.

Las promesas plasmadas en las resoluciones de la conferencia de Pittsburgh ponen el mayor énfasis en evitar la repetición de los abusos cometidos por los gestores financieros. Como aquellos que cometieron mediante la concesión de hipotecas a largo plazo con las que creaban activos que no serían amortizados hasta que no los terminaran de pagar los nietos de los que los contrajeron. Lo más alarmante es que se rumorea que los mismos actores, a la vista de lo bien que les fueron dichas actuaciones cuyos beneficios pusieron a buen recaudo en paraísos fiscales, están volviendo a las andadas sin que las leyes en vigor les puedan inculpar.

Son muchos los cantos de sirena que se perciben en el comunicado aludido, como que los subsidios a los combustibles fósiles contribuyen a fomentar un despilfarro que se pretende cuantificar en la próxima reunión de Copenhague, para la que los más reticentes en reducir los contaminantes son los países que contribuyen con los mayores índices de contaminación per cápita. Pero no son sólo los combustibles fósiles los que provocan la contaminación atmosférica, sino que es la cultura del usar y tirar, fomentada por los tenidos como imperativos del desarrollo, asignando al consumo el papel de panacea del crecimiento económico de los países. Un paradigma que ha permitido que dejar comida en el plato se considera una virtud, mientras hay gente que pasa mucha hambre y otros muchos, en el mundo rico, se preocupan por combatir la obesidad, una de las pandemias que nos golpean. Austeridad y frugalidad en las costumbres serán virtudes de futuro, cuando se valoren preferentemente las potencias del intelecto, en detrimento del consumismo material que es el que más incentiva los bajos instintos.

Se dice que el cielo está empedrado de buenos propósitos. Algunos de ellos se podrían descubrir en la declaración de intenciones que emerge de la reunión de Pittsburgh y por ello hay que congratularse. Estos gestos contrastan con el espectáculo reciente que nos ofrecía la doctrina neocon, que sólo anunciaba: catástrofes, guerras, desprecio y amenazas para los denominados ejes del mal. El cambio de mensaje con anuncios como la propuesta de eliminación paulatina de los arsenales de armas nucleares, abre vías a la esperanza de coadyuvar a la construcción de un mundo mejor, mediante la concertación de opiniones y puntos de vista plurales que conduzcan a paulatinas sinergias y consensos fruto de los grandes avances civilizadores que han propiciado, el incremento exponencial de la educación y la cultura.