Publicidad y comercialización
La ancestral tradición de los zocos árabes, las ferias periódicas que tienen lugar en numerosas ciudades y pueblos españoles, el comercio minorista que aún sigue subsistiendo, a pesar de los cambios en los hábitos de compra introducidos por los grandes superficies de distribución, en donde se pueden encontrar toda clase de artículos en un mismo emplazamiento, con facilidades para el traslado a domicilio, han supuesto una simplificación para efectuar las compras. Esto no quita, para que muchos sigan prefiriendo el método tradicional.
Nuestra opción, siendo racionalista, se inclina por la eficiencia en aprovechamiento del tiempo, antes que por la sensualidad y el placer que para muchas personas les produce comprar. Nada que objetar a la elección personal en dedicar el tiempo al gusto de cada uno. El objetivo que perseguimos es dedicar el esfuerzo y tiempo indispensables a las actividades laborales que no reporten enriquecimiento personal o aportes a la sociedad. No suele ser muy gratificante tener que acudir al toque de corneta y permanecer durante el horario laboral para cumplir con el imperativo de cobrar un salario. Nos referimos a los dependientes de tantas tiendas, en las que solo hay que atender unos pocos clientes durante la jornada.
Los establecimientos comerciales, a los que hacemos referencia en el punto anterior, para que sean rentables, una vez deducidos los cuantiosos gastos que comporta una "puerta abierta" como lo denominan los tenderos, deben aplicar unos márgenes tan desorbitados, que exceden en la mayoría de los casos al propio valor del producto. Es a este aspecto al que queremos llamar la atención, donde el sentido común no acaba asimilar, que la gestión comercial, por la sola acción de efectuar una venta, se pueda percibir lo mismo o incluso más que el aporte de genialidad, esfuerzo, tiempo etc.. que ha requerido la elaboración del artículo vendido.
Las partidas económicas, absorbidas por las distintas etapas de comercialización de los productos, sin tener datos fidedignos al respecto, para infinidad de artículos, intuimos que superan con creces a la propia elaboración de los mismos, pero lo más insólito del caso, es la aceptación generalizada de que tal hecho es lo correcto. Una vez más acudimos al raciocinio más elemental de que con los medios de que se dispone actualmente, tal desproporción entre: el esfuerzo creador y el trabajo requeridos, para la transformación a partir de primeras materias en todos los objetos para uso y disfrute de los humanos, pueda tener la misma retribución que la sola operación de transferencia de una mano a otra de los artículos.
Un caso paradigmático de lo expuesto más arriba, son los productos hortícolas y frutícolas producidos por los agricultores, con esfuerzo, sudor y un largo listado de abonos, herbicidas, riegos, etc.., durante un considerable período de tiempo para la obtención de su cosecha, la que una vez dispuesta para su venta, en los estantes de las grandes superficies, sufren un incremento de precio respecto del percibido por los agricultores de entre el 300 y el 500% .
Pero aún pareciendo inexplicable, lo dicho hasta aquí, resulta más increíble lo observado en los estantes de unos grandes almacenes, ver calzados deportivos que aparentan estar hechos con los mismos materiales y eventualmente confeccionados por las mismas manos en maquilas del tercer mundo, con precios que oscilan entre unos y otros de 1 á 10 por la sola diferencia de tener distinta marca. El efecto inducido por la publicidad que ha conseguido persuadir por medio del recurso mercadotécnico a ingentes masas de público, que creen a pies juntillas que las marcas son los mejores vehículos para transportar a sus usuarios al paraíso del glamour y la notoriedad social. El mérito atribuible al milagro producido por la publicidad, quizás no obedece tanto a la sugestión artística inducida por sus mensajes maravillosos, fruto del genio creador que le ha infundido su aliento poético, sino por su machaconería insoportable por la reiteración de las mismas consignas, que fueron inventadas por Goebels, que constató que una mentira repetida cien veces se convierte en verdad.
Un arte que tiene tan nefastos antecedentes, como es la publicidad de los artículos de consumo, que nos es servida por todos los medios de que dispone la modernidad: radio, TV, prensa escrita, mailing, móviles, Internet, etc.., que nos persiguen por todos los rincones de nuestra existencia, acaban por rendir las mentes maleables, al dictado de sus cargantes mensajes. Es posible que la tecnología nos proporcione con el tiempo un sustituto eficiente de la publicidad, ( las ventas por Internen), donde tendrán cabida todas las ofertas de los artículos procedentes de cualquier rincón del mundo, acompañadas de especificaciones homologadas por las autoridades competentes sin cuyo requisito no tendrán cabida. Además la publicidad solicitada a petición de los interesados podrá, tener toda la parafernalia publicitaria con que la decore el ofertante sin que de la lata al resto del personal al que tortura en la actual coyuntura.
El sentido común, que suele nuestro recurrente habitual, dice que debe implementarse una publicidad pedagógica, para difundir consignas, instrucciones, normas de obligado cumplimiento, que todas las sociedades se dan por medio de leyes consensuadas, establecidas en cada país, con sus respectivas peculiaridades que les caracterizan. La nueva publicidad se adornaría con frases o textos de personajes señeros, dignas de ser recordadas, complementadas por murales, esculturas, monumentos del arte de nuestro tiempo, que cuenta con los materiales idóneos, para su conservación indestructible frente los elementos atmosféricos, quedando a la vista de los espectadores privilegiados de los innumerables espacios públicos, para solaz y recreo del patrimonio colectivo de ámbito universal, al servicio de la humanidad.
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